Esta historia no la he escrito yo, pero me parece tan bonita que he decidido compartirla con todos vosotros.
Su contenido es altamente erótico, lo que puede dañar los sentimientos de algunas personas, por tanto si no estas seguro no siguas leyendo.
Resumen: Es una historia de amor entre una humana y un extraterrestre que comienza después de que la tierra ha sido destruida y ellos son los encargados de reconstruirla.
Espero que os guste tanto como a mi.
EL JARDÍN DEL EDÉN
Jaci Burton
Dedicatoria
A Charlie. La vida contigo es mi propia versión del Paraíso en el Jardín de Edén.
Te amo.
Capítulo uno
Edén apagó el sistema de aterrizaje, pestañeando para despejarse tras un siglo de sueño. Verificó cada una de las cinco vainas restantes. Todas estaban en perfecto funcionamiento. Aún permanecían en estasis y sus funciones biológicas eran normales.
Habían pasado más de cien años y todo lo que le era conocido de la Tierra había desaparecido, aniquilado por el calentamiento global causado por una guerra nuclear que nadie pensó que ocurriría.
Afortunadamente, la NASA y las Naciones Unidas tenían un plan. Veintiséis naves espaciales, cada una con seis personas en vainas de animación suspendida, habían sido puestas en órbita antes de que la guerra empezara. La bioestasis mantenía los cuerpos con vida mientras la Tierra se convertía en un lugar habitable una vez más.
Las lecturas de ubicación indicaban que las otras naves aún no habían aterrizado. Tenía tiempo. Su padre había dejado instrucciones específicas, cargadas en la computadora de la nave. Luchó por contener las lágrimas, sintiendo la muerte de él como si recién hubiera ocurrido. Para ella, así era.
Pero ahora tenía trabajo por hacer y ese trabajo empezaba con Adán.
Inspirando para darse valor, se introdujo en la vaina de Adán y observó su forma dormida. Tan sólo una manta espacial cubría su parte inferior, lo que le permitía tener una vista perfecta de su ancho pecho, de sus hombros, y de su rostro, increíblemente bello. Rasgos fuertes, marcados. Una nariz larga, una mandíbula cuadrada, la sombra de una barba incipiente y una boca que hacía que la concha se le humedeciera de sólo imaginar lo que él podría hacer con esos labios carnosos. Cabello negro, que estaba un poquito largo para su gusto, pero que se ondulaba en los extremos de un modo que encontraba tan… sensual.
Era perfecto. Nunca había visto un hombre tan hermoso antes. Y no había esperado encontrarlo a bordo de su nave. La revelación de su padre la había asombrado.
¿Salvador? ¿Cómo podía un hombre ser el salvador de ellos?
Como científica, había sido entrenada para ser escéptica. Las notas de su padre no tenían sentido y, sin embargo, ella confiaba en él incondicionalmente. Lo que ella tendría que hacer con Adán hacía que el cuerpo se le sofocara por el calor. Además, Adán bien podía no encontrarla atractiva. ¿Qué tenía de atractivo el cabello rubio, los comunes ojos color avellana y un cuerpo que pasaba demasiado tiempo en el laboratorio y muy poco haciendo ejercicios? ¿Por qué su padre no había confiado en ella antes de ponerla en la vaina? ¿Por qué no le había contado sobre Adán, sobre sus descubrimientos, sobre el futuro?
Extrañaba muchísimo a su padre. No solamente era el científico más brillante de la NASA, también era toda la vida de Edén, y ella lo había seguido feliz en la investigación espacial. Habían sido inseparables desde la muerte de su madre, cuando él la había tenido que criar solo. ¿Cómo podría lograrlo sin él? ¿Por qué había insistido en quedarse, cediéndole su lugar en la vaina a Adán?
Nada de eso tenía importancia ahora. Lo hecho, hecho estaba, y ella dejaría de lado sus emociones, tal como su padre le había enseñado. Las emociones no tenían cabida en las ciencias. Quitándose con fuerza las lágrimas de las mejillas, se subió el cierre del traje de tela, presionó los botones de la vaina de Adán y revisó las lecturas mientras el sistema lo traía al estado de alerta lentamente.
Su lectura biológica era extraña. Según las lecturas, él debería estar sufriendo un ataque en ese mismo momento. En cambio, su pecho subió lentamente y su respiración era la normal para un macho adulto humano.
Raro. Debía ser una falla imprevista del sistema.
El cerramiento al vacío de la vaina se abrió con un sonido audible. Edén tomó el traje que había sido preparado para Adán y se paró junto a la vaina, observando si había signos de descompensación espacial.
La respiración de Adán parecía normal, pero no despertaba. Ella se estiró dentro de la vaina y buscó el pulso en la base del cuello, presionando los dedos sobre una piel muy caliente.
¿Fiebre? No podía ser. Los signos vitales no indicaban enfermedad alguna. Ella emitió un quejido cuando una mano se aferró a su muñeca. Su mirada voló al rostro de Adán y sus ojos profundos de color turquesa la saludaron. Los labios de él se curvaron en una sonrisa.
“Edén”.
A ella el corazón le golpeaba las costillas. “Adán. Hemos aterrizado en la Tierra”.
Aún sosteniéndole la muñeca, él salió de la vaina. Edén luchó por contener su asombro ante el cuerpo desnudo, pero no pudo resistir mirarlo mientras él desplegaba su sólida estructura.
Con cinco pies y siete pulgadas de altura, ella no era menuda. Pero Adán, ¡él era enorme! Tendría unos seis pies y cuatro pulgadas o quizá cinco pulgadas, piernas largas, muslos musculosos y una verga tan larga y gruesa que a ella se le secó la garganta de solo verla. Se suponía que ella tenía que… ¡¿con eso?! Estaba erecta y latía, la cabeza con forma de hongo tenía un color violeta furioso.
“¿Pasé la inspección, Dra. Mason?”
Avergonzada de haber sido atrapada mirándolo, ella alzó la vista con las mejillas ardientes. “Yo… necesitaba asegurarme de que no tuvieras signos de descompensación espacial”.
“Viajar por el espacio no me afecta en lo más mínimo. Lo he hecho miles de veces”.
¿Miles? Era difícil de creer que estaba frente a un alienígena, alguien de otro planeta. Adán había estado delante de sus narices durante dos años y su padre no le había contado. ¿Por qué no?
“Mi padre dejó… notas”.
Adán le dio un vistazo al mínimo espacio de la cápsula espacial y luego volvió la vista a ella, asintiendo. “Este lugar es demasiado estrecho. Salgamos”.
Edén le alcanzó el traje. Él lo tomó y lo dejó sobre la vaina.
“¿No te vestirás?”
Adán acarició la muñeca de ella con su pulgar y Edén estuvo segura de que él podía sentirle el pulso enloquecido. “Todavía no necesito ropas. Nadie puede verme excepto tú”.
Ay, Dios. ¿Qué le había hecho su padre? El modo en que Adán la miraba era bastante desconcertante. Ella había pasado todo su tiempo en el laboratorio llevando a cabo experimentos y apenas poseía habilidades sociales rudimentarias. Al igual que su padre, ella era una ermitaña que prefería las computadoras y las fórmulas biológicas antes que socializar.
Después de que ella analizara las lecturas del exterior y decidiera que la atmósfera era aceptable, Adán la guió hacia la puerta, presionando los botones del panel como si supiera exactamente qué hacer.
La escotilla se abrió y Edén contuvo el aliento. Él descendió las escaleras y salió primero al exterior, para luego girar y sostenerle la mano mientras ella bajaba.
Ella pestañeó ante el paisaje, luchando contra las lágrimas al ver todo lo que se había perdido.
No había nada salvo una tierra yerma. No había plantas, animales, edificios ni gente. Era como si la Tierra hubiera sido arrasada y sólo hubiera quedado un paisaje marrón.
“No estará así por mucho tiempo. Yo me encargaré de esto. Primero, necesito reabastecimiento”.
Habían aterrizado sobre una playa, pero la arena no era blanca, era de granito negro. Al menos el océano lucía limpio y normal. Adán la llevó hasta detenerse en una parte pareja del terreno, cerca del agua. “Éste es un buen lugar”.
¿Un buen lugar para qué? Estaba a punto de preguntar cuando Adán cerró los ojos. El suelo tembló bajo los pies de Edén y el paisaje resplandeció como un oasis en el desierto. Hierba verde esmeralda apareció allí, junto con palmeras y arena blanca. Eran por lo menos cincuenta yardas de tierra transformada con flores de suave perfume, arbustos y árboles. Edén quedó con la boca abierta del asombro y miró a Adán.
“¿Tú… cómo?”
“Sí, yo lo hice y te lo explicaré luego”. La mirada de él se veía ardiente, sus ojos adquirieron un azul oscuro y tormentoso mientras la observaba, acariciándole la mejilla con el reverso de la mano. “Te necesito, Edén. Ya estoy debilitándome”.
¿Debilitándose? Para ella, lucía bien. Más que bien. Ese cuerpo vibraba con una fuerza de vida más poderosa de lo que ella había visto alguna vez. El cuerpo de ella respondió con una excitación inmediata que le hinchó los pechos, ardió en su centro y la dejó totalmente sorprendida.
“Tienes que ayudarme a reabastecer mis poderes de modo que pueda crear un mundo nuevo para nosotros. ¿Tu padre te explicó?”
Ella tragó con fuerza y asintió, deslizando la mirada hacia la verga aún erecta.
“Perfecto. Porque necesito cogerte ahora mismo o moriré”.
* * * * *
Adán sonrió ante la mirada cautelosa de Edén. Él la había deseado desde la primera vez que la vio. Pero el Dr. John Mason se había negado, diciéndole que ella no estaba lista aún. Entonces Adán había esperado, permitiéndole a John experimentar con él. Esperó durante dos largos años mientras él y John desarrollaban su plan. John le enseñó todo sobre la ciencia en la Tierra, sobre la guerra y el armamento global. Le enseñó el lenguaje terrestre, a pesar de que a Adán le fascinaban especialmente los insultos, para mortificación de John.
Adán lo había ayudado con el diseño de las vainas espaciales, asegurándose de que contuvieran el equipamiento necesario para permanecer funcionales por tanto tiempo como fuera necesario.
John había recibido todos los honores por los descubrimientos y la innovación de la bioestasis. Pero nada de eso le importaba a John. Su único interés había sido salvar a su hija.
Escondido tras la pared secreta del laboratorio, Adán había pasado esos dos años observando a Edén. Observándola, deseándola; volviéndose loco con la necesidad de sentir su verga hundida profundamente en la energía de ella. Él bien podía ser la salvación de la Tierra, pero ella era la de él.
Había venido a la Tierra por una razón específica, pero había llegado demasiado tarde para salvar al planeta. Por eso, John le había ofrecido una alternativa. No era exactamente lo que Adán tenía en mente, pero, ¿qué diferencia hacía un siglo más o menos de sueño para poder cumplir con su meta?
En aquel entonces, algo que él había dejado bien claro con John era que cumpliría su parte, pero que deseaba a Edén. Teniendo en cuenta lo que John sabía que ocurriría con la Tierra, no podía rechazar el pedido de Adán.
Ahora, ella estaba ahí y no había pared que los separara. No estaba seguro de cuánto le había contado John a Edén sobre él, pero habría tiempo para dar explicaciones después. El simple hecho de revitalizar esa pequeña sección de tierra lo había agotado. La necesitaba. Por la energía que ella le daría, por supuesto, pero también porque había esperado más de cien años para tocarla. Tenía las bolas en un nudo por la necesidad de sentir esa concha caliente apretándole la verga.
No más esperas.
“Yo… yo no se realmente qué esperas de mí”, dijo ella, con el rostro enrojecido.
“Déjame mostrarte lo que necesito"
Él la tomó en sus brazos y la acercó hacia su cuerpo.
El calor traspasó las ropas de Edén y encendió la piel de Adán. La verga se sentía pesada y dura entre ellos. Él no pudo evitar mecerse mientras su verga rozaba el vientre de ella, callando un insulto ante el doloroso placer. La urgencia de arrancarle esas ropas estúpidas y hundirse dentro de su concha justo ahí era fuerte. Pero él sabía que, como humana, ella no estaba preparada para tomarlo, no todavía.
“Adán, creo que…”
Él la silenció con su boca, cubriendo sus labios y aspirando su dulce aroma. El tiempo de las palabras había terminado. Esa boca había sido una tentación irresistible por demasiado tiempo. Sus labios vacilaban mientras ella se abría lentamente para él, con el cuerpo rígido y un nerviosismo evidente.
Bien, ella necesitaba relajarse. Él movió las manos sobre su espalda, masajeando los puntos de presión hasta que la tensión se disolvió. Ella suspiró y él le introdujo la lengua en la boca, saboreando su esencia y su calidez. Como el dulce néctar de su planeta de origen, ella colmaba sus sentidos con un sabor provocador de energía renovada.
Manteniendo la boca firmemente sobre la de ella, él se estiró hacia el cerramiento del traje y lo abrió por debajo del vientre, dejando que su mano tocara esa piel sedosa. Él gruñó al sentir esa deliciosa y cremosa piel, y el calor ardiente que pasó entre ellos. Ella gimoteó contra su boca, enviando energía hacia las células desfallecientes de él.
Más que el reabastecimiento, él necesitaba su cuerpo. Edén era especial. Debería decirle lo que significaba unirse a él. Pero no podía convencerse de hacerlo porque no sabía si ella aceptaría las consecuencias.
Luego, después de que él se hubiera saciado, hablarían. Ahora, él deseaba ardientemente más de esa piel, necesitaba sentir los suaves globos de sus pechos llenando sus manos. Adán empujó el traje por sobre los hombros, dejándola desnuda hasta la cintura.
Tenía senos abundantes, con areolas grandes y redondas y pezones erectos que rogaban que los dedos de él los pellizcaran. Un rubor intenso apareció sobre la piel cremosa de su pecho y de su cuello. Él la miró a los ojos. “¿Por qué te sientes avergonzada?”
¿Cómo podía explicar Edén que no muchos hombres la habían visto desnuda? Sus experiencias con el sexo habían sido limitadas, para no decir menos que eso. Verlo a Adán, ese hombre increíble, observar su cuerpo como si ella fuera la mujer más hermosa que él hubiera visto era, honestamente, un poco difícil de creer. “Mírame. No soy exactamente atractiva”.
Él frunció el ceño. “¿Cómo puedes decir eso? Tu cabello es como una cascada iluminada por el sol, tu rostro un reflejo dorado. Tienes una boca que me muero por sentir envolviendo mi verga, y los pechos más hermosos que he visto”.
Ella sacudió la cabeza. Nunca se había sentido atractiva ni seductora. ¿Qué le veía él? ¿Podría ser la falta de exposición de Adán a otras mujeres? Por lo que ella había leído en las notas de su padre, Adán casi no había tenido contacto con otras mujeres de la Tierra. ¿Y quién sabía como eran las mujeres de su planeta, sistema solar o de donde quiera que él viniera? Sin embargo, la manera en que la miraba le provoca emociones que no había sentido antes. Emociones estúpidas e inmaduras, como sentirse deseada.
Él le rodeo los pezones, agarrando las puntas y masajeándolas entre el pulgar y el índice. Ella jadeó y se estremeció al sentir la sensación que se le disparaba entre las piernas. La concha le tembló y se humedeció.
“¿Te gusta?”
Ella asintió, luego gimió cuando él tomó ambos pezones y los pellizcó, acarició y tironeó de ellos hasta que Edén sintió la necesidad de llevarse la mano hacia la entrepierna y acariciarse el clítoris hasta tener un orgasmo. El modo en que él la miraba, en que él la tocaba, era insoportable.
“Esto no tiene que estar más”. Con manos rápidas e impacientes, él se arrodilló delante de ella y le tironeó del traje hasta dejarlo en sus tobillos. Después la sostuvo de la mano mientras se salía de la tela. Ahora se sentía realmente tonta. Desnuda salvo por las botas.
Pero Adán ni siquiera reparó en sus pies ni sonrió burlón ante sus caderas y muslos anchos. En cambio, sus ojos se fijaron en la concha que en ese momento estaba a la altura de su...
“¡Ohh, mierda!” gimoteó ella, aferrándose al cabello de él mientras sentía un largo lengüetazo entre sus pliegues. Ningún hombre la había tocado allí con la lengua. Ningún hombre se había tomado el tiempo de tocarla más allá de lo mínimo para el calentamiento. Eso era... increíble. Incapaz de resistir, Edén lo miró, observó cómo esa lengua pasaba sobre su clítoris y sintió las chispas que le explotaban en la concha. Salían jugos de su interior y él lamía cada gota. Ella quería desmayarse ahí mismo. Ella gemía y él le presionaba la boca contra el clítoris, chupando la perla entre sus dientes, dándole suaves golpecitos con la lengua.
Se moriría ahí mismo. Era demasiado para el momento de ver la Tierra nuevamente. Edén sintió que explotaría en ese mismo oasis. Las piernas se le aflojaron. Adán le agarró las caderas y, sin interrumpir el contacto con la concha, la acostó sobre la hierba, le abrió las piernas y le metió la lengua adentro.
Más. Por favor, más.
Edén no sabía si había pronunciado las palabras en voz alta, pero en su mente suplicaba que este dulce asalto continuara. Edén se estiró y tomó la cabeza de Adán, elevando sus caderas para apretar su sexo contra esa boca porque necesitaba que siguiera hasta acabar sobre su rostro.
“Que concha dulce tienes, Edén”, dijo él, deteniéndose para sonreírle.
No pares. Por favor, no pares ahora. Estoy tan cerca.
La sonrisa de él se convirtió en un gesto perverso. “Ahora quiero saber cómo se siente esto por dentro”. Movió la mano entre las piernas de ella y con la palma le dio un pequeño empujón sobre la concha. Una, dos veces, cada vez un poco más fuerte. Los ligeros golpes vibraron en su clítoris hasta que ella se encontró alzándose para buscar esa mano. Entonces él la deslizó sobre la raja y le medió dos dedos en la concha.
“Oh, maldición”, murmuró él en un suspiro ronco. “Tan terriblemente caliente”.
Ella elevó su trasero, con las uñas que se le hundían en una tierra suave mientras se contoneaba para enterrarse esos dedos aún más. Adán le empujó las caderas hacia abajo y la mantuvo allí, dejándole los dedos dentro de la concha y torturándole una vez más el clítoris con la lengua y la boca.
La doble sensación la estaba desgarrando. Ella daba saltos contra la boca y los dedos, sorprendida de oír los fuertes gemidos que salían de su garganta. El embate caliente como lava de esa lengua contra su clítoris era más de lo que podía resistir.
“Por favor, Adán, por favor", gritó sacudiendo la cabeza de lado a lado. La locura la poseía. Ya no le importaba nada excepto la lengua de Adán sobre su encendido clítoris y los dedos que pistoneaban dentro y fuera de su concha empapada.
Tenía que acabar en ese mismo instante.
Capítulo dos
Adán percibió la tensión que aumentaba dentro de la concha de Edén. Sabía que ella estaba a punto de acabar. Con un par más de roces de la lengua y un empujón fuerte de los dedos, él la llevaría hasta ahí.
Pero quería que ella acabara en su verga esa primera vez, quería que su clímax coincidiera con el de ella. Cuando él se alejó, Edén alzó su cabeza rápidamente y le dirigió una mirada tan feroz que él tuvo que luchar contra el deseo de reírse.
“¿Qué estás haciendo?”
“Relájate y recuéstate. Necesito cogerte”.
“Pero yo… yo no he…”
Ella no terminó la oración, sólo apoyó la cabeza y miró hacia el cielo. Obviamente, Edén nunca había sido del tipo que demanda satisfacción a un hombre.
Eso cambiaría pronto. Él la tendría tan caliente y preparada que ella le pegaría con los puños, lo mordería y arañaría, haría cualquier cosa con tal de acabar.
Tal como él la quería.
Pero no ese mismo día. Ese día era el momento por el que él había esperado un siglo, literalmente. “Intentas decirme que no has acabado aún”.
La mirada de ella permaneció fija en el cielo. “Sí”
“Ya lo sabía. Haré que acabes”.
“No comprendes”.
Él notó la exasperación en la voz de ella. “¿Comprender qué?”
“Yo no… nunca… olvídalo”.
Él se inclinó sobre ella y la forzó a mirarlo a los ojos. “¿Nunca qué?”
“No puedo acabar así”. El rostro de ella enrojeció.
“¿Así cómo?”
“Cogiendo. Solamente acabo cuando me toco el clítoris”.
Un extremo de la boca de Adán se curvó en una sonrisa que no pudo evitar. “Quizá antes. Pero ahora no. Confía en mí”.
“Ay, Dios”.
El tiempo para hablar había terminado. Independientemente de lo que hubiera ocurrido, el pasado sexual de Edén era irrelevante. Con él, ella experimentaría la liberación. Ambos lo harían.
“Mírame. Mantén tus ojos en los míos”.
Ella pestañeó y se mordió el labio inferior, pero mantuvo la vista fija en él. Él entrelazó sus dedos con los de ella, alzándole los brazos por sobre la cabeza, y apoyó la punta de su verga entre los labios hinchados de su concha aterciopelada.
Caliente y estrecha, la concha succionó la cabeza de la verga entre sus labios, apretándola mientras él se introducía en ella. Esos ojos se abrieron más, el verde, el azul y el marrón se mezclaban en una tormenta mientras él seguía empujando más adentro de esa vaina estrecha. La crema lo rodeó y le lubricó el camino.
La concha estaba tensa, latía y le daba la fuerza de vida que él tanto necesitaba. Con cada fuerte espasmo, Adán se empapaba en las reservas increíbles de su energía sexual. Recuperado, él se relajó y se movió en ella, sacudiendo la verga de modo de masajearle bien las paredes porque sabía por instinto lo que le daría placer a Edén.
Ahora era el momento de llevarla al clímax que ella necesitaba. Él concentró su energía en agrandar una pequeña porción de carne de su verga, y con ella masajeó alrededor del clítoris y empezó a golpear sobre el capullo endurecido. Como una serpiente reptante, su verga pulsaba a lo largo de las terminaciones nerviosas de Edén. Él podía estar en un cuerpo humano, pero todavía había partes de su anatomía original que respondían a sus necesidades.
La sorpresa se hizo visible en los ojos enormes y en los labios que ella abría mientras buscaba las palabras. “¿Qué... qué es eso?”
Sonriéndole, le contestó: “Tu placer, Edén”.
"¡Ay, Dios mío!” Alzó las caderas, permitiéndole hundirse aún más profundo. Colmarla era el éxtasis. La respuesta de ella le dio fuerzas. Se retiró y volvió a entrar con fuerza, llevando la verga a lo profundo. Él golpeaba en ella una y otra vez, las bolas daban golpes contra el culo de Edén, y Adán sentía que los músculos de ella se tensaban mientras se preparaban para acabar. Darle placer a esa mujer era la razón de su existencia.
Edén luchó por respirar, la sensación doble de la verga de Adán y lo que fuera eso que le estaba masajeando el clítoris la catapultó a una sensación nueva de placer. Emociones desnudas y descarnadas la asaltaron, le dieron claridad, y concentraron cada sensación entre sus piernas mientras sentía crecer la fuerza de Adán.
Él embistió con fuerza, la cabeza de la verga le golpeaba el útero y enviaba latidos ardientes hacia el clítoris y la concha.
“¿Lista para acabar en mi verga?”, le preguntó.
A ella le encantaba mirarlo: el modo en que esos rasgos se endurecían, los músculos tensos y las venas dilatadas de sus brazos exhibían su increíble poder.
“Sí”, gimoteó ella, sintiendo como si estuviera suspendida en el aire, sostenida al borde de alguna situación increíble.
La suave piel que cubría ese clítoris vibró y Adán entró más profundo, tensándose y relajándose, mientras la cabeza de su verga acariciaba el punto G de ella. Un clímax recorrió el cuerpo de Edén y ella sintió como si estuviera volando por el espacio. El tiempo se detuvo: el arrebato de placer era similar a una lluvia de estímulos punzantes cayendo sobre ella. Adán se alejó y gritó palabras ininteligibles mientras derramaba su líquido caliente dentro de ella. Edén observó ese rostro, la intensidad del orgasmo de él, que generaba latidos más eróticos aún alrededor de esa verga. Las ondas parecían infinitas, más poderosas de lo que ella alguna vez había imaginado.
Finalmente, el clímax fue calmándose y ella flotó de regreso a la realidad. Adán se salió, se recostó junto a ella y le acarició la piel suavemente.
Pasaron unos momentos en silencio. El sonido de las olas que bañaban la costa era lo único que se escuchaba. Edén apoyó la palma de la mano sobre el amplio pecho de Adán y sintió el latir de un corazón no completamente humano.
Ella tenía preguntas sobre él y sobre lo que ocurriría en adelante. Pero por alguna razón, la científica se retrajo y sólo quedó la mujer. Tenían la eternidad para descubrir lo demás. En ese momento, ella quería conocerlo mejor, descubrir cómo se sentía él.
Cómo se sentía ella.
¿Cómo se sentía ella? Toda esa experiencia había sido muy rápida. Tan rápida que su mente no había podido asimilar la información. Había hecho lo que su padre le había pedido, sabiendo que él no se lo pediría sin una buena razón.
Ahora que lo había hecho, tenía miles de preguntas. Lo primero y lo más importante era cómo haría Adán para reabastecer la Tierra.
Bueno, por lo visto la científica estaba reapareciendo.
“¿Adán?”
“Sí”.
“¿Y ahora qué?“
Él le sonrió. Dios, ese hombre tenía una sonrisa enigmática, parecía colmado de secretos. “Ahora lo hacemos de nuevo. Muchas veces. Tengo que acumular mucha energía”.
Lo de lo hacemos se refería al sexo probablemente. O por lo menos eso esperaba ella.
“Edén, ¿qué te contó tu padre?”
“Sus notas detallaban algunos aspectos como el hecho de que yo debía tener sexo contigo porque tu energía provenía de allí. Pero en otras cosas eran vagas. Decían que estarías tú en la vaina en lugar de él porque estaba seguro de que podrías regenerar la Tierra”.
“Eso es así”.
“¿Me dirías cómo planeas hacerlo?”
“Es complicado”.
“Soy una científica. Ponme a prueba”.
“Se trata de energía psíquica y su efecto sobre el clima, la vida vegetal, animal y el agua”.
Ella frunció el ceño y los labios, tratando de crear una fórmula para sus palabras. “La energía psíquica no puede crear cosas tangibles, sobre todo no puede crear seres vivos”.
Él se estiró para atrapar un mechón de cabello de ella y lo dejó deslizarse entre los dedos. El gesto sencillo, si bien no era sexual, hizo que se le acelerara el pulso. Quizá era el modo en que él la miraba.
“No es energía psíquica como la entiendes tú. De donde yo provengo, no construimos con maquinarias. Creamos ciudades enteras con nuestras mentes”.
Ella no podía ni imaginarse la creación de un entorno propio, no de esa manera. “¿De dónde provienes?”
“De uno de los sistemas estelares de allí”, dijo señalando con el dedo índice el noreste del cielo. “Cuando sea de noche te lo señalaré”. Adán le acarició con los dedos la redondez de los senos. Edén contuvo el aliento y los pezones se le endurecieron.
”¿Por qué viniste a la Tierra?”, preguntó, esperando mantener su mente ocupada con pensamientos científicos y no sexuales.
“Dos años antes de la destrucción, llegué aquí para detener la desaparición de los recursos de tu planeta. Me contacté con tu padre porque habíamos decidido que él sería el más receptivo. Pero descubrí que la guerra era inminente y que el calentamiento global y la contaminación ya habían agotado las reservas terrestres. Era demasiado tarde. La única alternativa que podía ofrecer era comenzar de nuevo, después que la Tierra se hubiera recuperado”.
Ella se enderezó y se sentó, mirando el océano que se veía familiar y a la vez extrañamente nuevo. “¿Sabías lo que ocurriría, pero no hiciste nada para detenerlo?”
Como él no alcanzaba a tocarle el cabello ni los pechos, le rozó la curva de la cadera. Ella sintió un escalofrío.
“No había nada que yo pudiera hacer. No es nuestra costumbre interferir cuando la mayoría de la población está totalmente decidida a destruir. La gente de la Tierra ya no quería escuchar. La sospecha los dominaba. No estaban listos”.
El corazón de Edén sufría por los miles de millones que habían muerto, especialmente los inocentes. Niños que nunca crecieron, parejas que no tuvieron la oportunidad de compartir una vida juntos. Se le cayeron las lágrimas y ella no las detuvo.
“Por más que lo hubiéramos deseado, no podríamos haber salvado tu planeta”. Adán se sentó y le secó una lágrima que se le deslizaba por la mejilla. “Lloras por todos los que se fueron y está bien. Quizá la reconstrucción de la Tierra produzca mejores resultados esta vez. Quizá aquellos que se salvaron cuiden de la Tierra y de las generaciones por venir, y aprendan a amar y a respetar tanto a la naturaleza como a sus congéneres. Y luego transmitir ese amor y respeto a sus hijos”.
Hablaba como si él no fuera parte de la nueva Tierra. “¿Qué hay de ti, Adán? ¿No eres parte de todo eso también?”.
Una sombra pasó sobre sus claros ojos azules, pero rápidamente sonrió y desapareció. “Por supuesto. Soy el catalizador para la regeneración, para el futuro de este planeta. Soy tanto parte de eso como cualquiera de ustedes”.
¿Por qué daba la impresión de que él se guardaba algo, de que había algo más que quería decir?
“Suficiente de charla. Te necesito nuevamente”.
Se acuclilló delante de ella y le quitó las botas, luego la alzó y la acercó a él. “Hay muchas cosas que te podría enseñar, si me lo permites”.
El modo seductor en que la miró cuando le habló le indicó que lo que quería enseñarle era sexual.
Como científica, ella tenía siempre la inquietud de una estudiante.
“Soy tuya Adán. Y tengo muchas ansias de aprender".
* * * * *
La confianza de Edén en él era asombrosa. Realmente no sabía nada acerca de Adán más allá de la información que su padre le había dejado, pero ella creía en esas palabras.
La fe de ella en él era reconfortante y su interés lo excitaba. Adán retrocedió y la observó: sus bellas curvas brillaban doradas por el reflejo del sol en el agua. Una mente brillante era muy seductora, pero el lujurioso jardín de su cuerpo encendía aún más la necesidad de él. Había una razón por la cual se había enamorado de ella la primera vez que la había visto en el laboratorio. Una razón por la cual su deseo no había disminuido en los dos años en que la había observado, o en los cien años que había dormido, soñando con ella.
Edén Mason era una mujer brillante y bondadosa que no tenía ni idea de cuán atractiva era. Tenía un sentido del humor autocrítico, no mostraba rasgos de egoísmo y confiaba en su padre incondicionalmente.
También deseaba ser amada con una pasión intensa que nunca había mostrado ante nadie. Pero él sabía. Él se había conectado con ella a un nivel psíquico y había sentido cada una de sus emociones durante los dos años en los que sólo podía observar y esperar.
Él había deseado tenerla para toda la eternidad, y ahora ella era suya.
¿Cómo iba a poder dejarla ir?
“¿Entonces?”
Adán pestañeó, dándose cuenta de que hacía rato que no hablaba. “Lo siento, te estaba observando. Eres hermosa”.
Edén dio vuelta los ojos. “Oh, por favor. No soy nada especial”.
“Te subestimas”. Para probarlo, él le tomó la mano y la colocó en el centro de su pecho. “Siente cómo late mi corazón por ti”.
Edén sonrió levemente. “Tienes un latido más rápido que el de los humanos”.
“Entonces siente esto y dime que no eres tan especial como para que te miren”. Él movió la mano de ella por sobre su abdomen y la bajó más, llevando esos dedos hasta su verga. Él aspiró con fuerza al sentir la caricia. “Siente lo que me haces”.
Los colores de los ojos de ella se profundizaron y la respiración se le volvió errática. Edén movió su mano sobre la carne congestionada, y el calor de su cuerpo le transmitió energía a la verga que creció en grosor y largo. “¿Cómo lo haces?”, susurró ella.
“No soy yo. Tú lo haces. Tu caricia determina el nivel de mi excitación”.
Alzando una ceja, ella le estudió la verga como si fuera un misterio científico, su investigación fue tan intensa que las pelotas se tensaron y comenzaron a latir. Cuando ella se dejó caer de rodillas sobre la arena y lo tomó con las dos manos, acariciándole toda la longitud, él llevó la cabeza hacia atrás y agradeció a las estrellas por mandarlo en misión a la Tierra.
“Las texturas son tan interesantes”, dijo ella. Él se preguntó si ella sabría que estaba hablando en voz alta. “Estriadas, con curvas, y sin embargo tan suaves, y se deslizan tan fácilmente cuando las acaricio. La cabeza tiene la suavidad del terciopelo”. Ella movió su pulgar en círculos sobre la cabeza de la verga, liberando gotas sedosas de líquido seminal. Demonios, tenía suerte de no acabar allí mismo. La combinación de sus caricias y su interés profundo le hacían difícil contenerse.
“¿Ninguno de los hombres que conociste te dejó jugar con su verga?”
Ella hizo un sonido de desprecio y sacudió la cabeza. “No. Los pocos encuentros sexuales que tuve fueron mayormente en la oscuridad y muy rápidos”.
Hombres estúpidos. Qué triste que no se hubieran dado cuenta de que mucho del placer de una mujer proviene de dejar que toque y saboree a su pareja. Él la dejó explorar, sin querer apurarla, disipando la energía para que ella se tomara el tiempo que quisiera. Edén exploró su verga como todo científico hace cuando investiga por primera vez. La estudió, la tocó desde todos los ángulos, experimentó con las pelotas en su mano, desde caricias suaves hasta delicados apretones.
Pero cuando ella se inclinó y pasó la lengua para lamer el líquido perlado de la punta, él apretó los dientes. La boca de Edén era una porción del paraíso. O quizá del infierno. Caliente, quemaba su piel mientras ella marcaba círculos alrededor de la punta palpitante, mientras hacía deslizar su lengua hacia arriba y hacia debajo de la verga. Edén lo succionó pulgada a pulgada hasta que no pudo más, luego llevó su boca hacia atrás y dejó que los dientes le rozaran la línea rugosa.
“¡Diablos, Edén! ¿Estás segura de que nunca antes hiciste esto?”
Ella levantó renuente la vista de la erección brillante hacia el rostro de él y sacudió su cabeza. “No, no lo he hecho antes. Pero me gusta mucho”.
Y él pensó en todo lo que tenía para enseñarle. Edén era muy buena para aprender. Aunque su forma alienígena anterior era muy similar a la de los humanos, este cuerpo que tenía le permitía experimentar sensaciones de maneras más profundas que con su cuerpo original. Todavía poseía algunas de las cualidades únicas de su especie, y por eso sus sentidos también estaban potenciados. El sabor de ella, su néctar jugoso que se derramaba sobre la lengua de él. Y el modo en que ese cuerpo se sentía bajo sus manos, los músculos que se tensaban y se movían. Ah, y muy especialmente los gemidos y grititos cuando ella acababa. Eso, realmente le gustaba.
Pero esto… esto era nuevo. La sensación de esa boca caliente rodeándolo, el modo en que su lengua acariciaba la punta, la manera en que se tragaba la cabeza de su verga cuando él se introducía en su garganta. Por supuesto que había estudiado el acto sexual humano. En libros, en la computadora que John le había dado, pero nada podría haberlo preparado para lo que se sentía realmente ni para la cantidad de emociones que se involucraban en ese acto físico.
De donde él provenía, el sexo era una función necesaria para sustentar la fuerza de vida. Aquí, venía acompañado de un placer increíble y de sensaciones asombrosas.
Quizá él era el estudiante allí. Y tenía mucho que aprender.
Él se estremeció al ver su verga desaparecer entre los labios de Edén. Cuando ella se estiró, tomó sus bolas en sus manos y las sacudió suavemente, él se tensó y se corrió.
“Oh no, no todavía”.
Edén se sentó sobre los talones y lo miró. “Estaba disfrutándolo”.
Él también. Demasiado. “Necesito acabar en tu concha, amor, no en tu boca”.
Los ojos de ella ya no reflejaban inocencia y asombro, sino deseo femenino. “Me gustaría saborearte cuando acabes. Déjame”.
El calor le quemó entre las piernas a Adán al pensar en expulsar su líquido dentro de esa boca ardiente. “Pronto. Ahora mismo no”.
Así que ahora mismo no. Edén bien podía estar asombrada ante la situación y el entorno, incluyendo ese extraterrestre sensual, pero no iba a detener lo que estaba haciendo. Se le hacía agua la boca por esa bella verga, y ella decidió a terminar lo que había comenzado, le gustara a él o no.
En lugar de someterse a su demanda, ella se alzó sobre las rodillas y le agarró las caderas, se metió la verga en la boca y la sostuvo firmemente entre la lengua y el paladar. Esperando una protesta por parte de Adán, se sorprendió agradablemente y se sintió poderosa cuando él suspiró y se estremeció, y luego enredó sus manos en los cabellos de ella empujándola hacia adelante para que tomara más de él. Entonces, la guió en el ritmo que le provocaba más placer.
Edén descubrió que ese ritmo variaba desde succiones lentas hasta algunas fuertes y rápidas. Pronto entendió sus señales, el modo en que esos dedos tironeaban de su cabello acercándola, cómo sus pelotas se tensaban cuando ella las sacudía suavemente y masajeaba esa porción de piel entre el ano y el escroto. Ella tenía poca experiencia sexual, pero había leído mucho. Por cada experiencia sexual que no había tenido, había estudiado mucho más que cualquier otra mujer. Ahora su conocimiento daba frutos… estaba complaciendo a su hombre.
Su hombre. Adán no era suyo, como ella no era de él. Era hora de dejar de lado esos pensamientos ridículos y concentrarse en llevarlo al clímax. Por cómo se le estremecía el cuerpo a Adán, Edén supo que esa erupción no estaba lejos. Sus pelotas se tensaron contra el cuerpo y él comenzó a bombear entre los labios de ella con desesperación.
“Ah, Edén, harás que explote”.
¡Eso deseaba ella! Le rodeó la punta de la verga con la lengua, lengüeteando hacia delante y hacia atrás, luego se introdujo su vara profundamente, agarrando la base con los dedos. Con un gemido audible, él explotó y sus fluidos sedosos se derramaron en la boca de Edén. Ella tragó el dulce jugo, ordeñándolo con ambas manos hasta que él murmuró un juramento sensual y se retiró.
¡Esa verga estaba todavía dura!
Ella se sentó y lo miró, lamiéndose los labios. Él tenía la mandíbula tensa y el pecho subía y bajaba con la fuerza de su respiración. La delicada película de transpiración que tenía sobre la frente brillaba en el sol de la siesta. ¡Dios, él era magnífico!
Y en esos momentos, era de ella.
Capítulo tres
Adán levantó a Edén, se la acercó al pecho, y capturó sus labios en un beso que le hizo vibrar hasta los dedos de los pies. La verga estaba entre ellos, todavía humedecida por la boca de ella. A pesar de la tensión que el deseo causaba en los músculos endurecidos de él, ella podía ver que luchaba por controlarse. Era como si él le temiera a su propia pasión. Pero ¿por qué?
Ella levantó los brazos y le rodeó la cabeza, fascinada al sentir la sedosidad de su cabello mientras enredaba los dedos entre sus mechones. El corazón le latía fuertemente y el cuerpo le exigía otra liberación.
Él separó los labios de la boca de ella y le marcó un sendero ardiente sobre el cuello, probando su piel tierna desde el cuello hasta los hombros con los dientes. Ella se estremeció y le agarró la verga con las manos.
“Oh no”, dijo él, tomándola de la muñeca y alejándole la mano. “El momento de jugar se terminó”.
Él comenzó a avanzar sobre ella, forzándola a retroceder mientras él la llevaba con sus pasos hacia la parte más alta de la playa. Los dedos de los pies de Edén se hundían en la hierba suave y fresca, la sombra que daban las frondas de un grupo de palmeras refrescaban su cuerpo enfebrecido. Su espalda rozó algo duro. Cuando Adán se detuvo, ella se dio cuenta de que estaba apoyada contra el tronco de una palmera. Antes de que pudiera preguntarle qué estaba haciendo, él se agachó y la levantó del suelo.
“Envuélveme con tus piernas”, dijo él.
“Soy demasiado pesada para que me alces así”, dijo ella, preocupada porque él usara demasiada energía.
Él se detuvo y levantó la cabeza, frunciendo el entrecejo mientras le buscaba los ojos. “Edén, no eres más que un grano de arena en mis brazos”.
El cuerpo de ella se derritió contra el de él. Edén no era liviana, sin embargo Adán la sostenía sin esforzarse. Ella le rodeó la cintura con las piernas. La posición le permitía que la punta de la verga se apoyara en su húmeda abertura. Adán retrocedió y luego se hundió en ella, el movimiento fue tan fuerte e inesperado que la espalda de Edén se raspó contra el tronco del árbol. Un relámpago pareció surgir de entre sus piernas, el calor en aumento la quemaba, estrechándole la concha alrededor de la verga.
Ahí se iba el control. Él parecía no tener escrúpulos en azotarle la espalda contra el árbol con cada embestida. Embestidas que la golpeaban profundamente, mientras la verga gruesa le estimulaba sus tejidos más sensibles.
“Estás tan apretada, Edén. Y húmeda. Tu jugo me humedece la verga y las pelotas”.
Ella también lo sentía, era un aluvión casi vergonzoso de excitación que ella no podía contener. Pero a Adán no parecía importarle. Cuanto más se humedecía ella, más fuerte empujaba él, y esa parte adicional y mágica de él salía para rodearle el clítoris, hacerlo latir, calentándolo, llevándolo cada vez más hacia un clímax explosivo.
Las sensaciones la embargaron y su mente se anuló. Como si tuviera todo el cuerpo entumecido menos el sexo, todo lo que ella sentía eran las embestidas implacables de la verga, las caricias delicadas de esa piel adicional que le rodeaba el clítoris. Ella se tensó y explotó en él, clavándole más los talones en la espalda para empujarlo más adentro.
“Ah, eso es lo que quería”, dijo él, con el rostro tenso y la mandíbula trabada. El clímax de Edén se extendió y cayó en picada, para elevarse una vez más mientras Adán mantenía su ritmo implacable. “Acaba conmigo, Edén. Derrama esa dulce crema sobre mi verga una vez más."
Ella no podía. No de nuevo, no tan pronto. Pero él le sostuvo el trasero con una sola mano y hundió los dedos en su abertura, palpando sus jugos. Introduciéndose entre las nalgas, encontró el pequeño orificio y le acarició el ano. Ella gimoteó ante la exquisita sensación porque nunca antes se había dado cuenta de que las terminaciones nerviosas allí eran tan sensibles al tacto y estaban tan alertas. Cuando Adán le metió un dedo dentro del culo ella gritó, se tensó y acabó nuevamente. Esta vez, Adán estiró el cuello y la cabeza hacia atrás y gruñó, derramando su semilla ardiente muy adentro de ella.
Respirando profundo, bajó su cabeza apoyándola contra la frente de ella. Edén lo abrazó y disfrutó de la sensación de su cuerpo empapado en sudor, apretado tan íntimamente contra el de ella. Cuando finalmente la bajó al suelo, las piernas le temblaban tanto que apenas podía pararse. Pero Adán la sostuvo y la guió para internarse más profundamente en el oasis.
“¿Hambrienta?”, le preguntó.
A pesar de que no había comido en más de cien años, no se sentía morir de hambre. Pero ahora que estaba totalmente saciada en otras áreas, sintió puntadas de necesidad en el estómago. “Un poquito”.
“¿Cuál es tu fruta favorita?”
“Los duraznos”.
Apenas dijo esas palabras, el espacio frente a ellos brilló. Cuando la sensación terminó, apareció un frondoso árbol, ¡cubierto de enormes y tentadores duraznos! Edén lo miró a Adán. “¿Cómo lo haces?”
“Te lo dije. Energía psíquica. Estudié las fórmulas correspondientes a todos los grupos alimentarios de la Tierra. A mí también me gustan los duraznos”. Adán tomó una fruta madura y aterciopelada del árbol y se la alcanzó. Ella se inclinó, le dio un mordisco y sonrió cuando el jugo del durazno se le derramó por el mentón. Antes de que pudiera limpiarlo, Adán se acercó, le lamió el néctar del mentón y le atrapó la boca en un beso suave, pero demasiado breve.
Ella suspiró ante esa sensual e inesperada ternura, y se dio cuenta de lo rápido que se había ligado emocionalmente a Adán. Considerando que él era un extraño y que estaban en un pequeño rincón de un planeta devastado, ella no tenía que andar pensando en relaciones, o Dios no lo permitiera, en el amor. Adán se la cogió porque tenía que hacerlo, porque era necesario para su supervivencia. Y eso era todo.
Deja de pensar en él como algo más que una maravilla científica, Edén.
“Entonces, ¿ahora qué hacemos?”, le preguntó ella.
Él terminó el durazno y se acercó a un arroyito para lavarse el rostro y las manos. Cuando se enderezó, le dijo: “Tenemos un viaje por delante”.
“¿Hacia dónde?”
“Hay un lugar específico a donde necesitamos llegar para que yo pueda llevar a cabo el trabajo por el que me enviaron”.
“¿En qué ubicación? ¿Dónde?”
“Tengo las coordenadas. Está a un día de camino de acá”.
Ella tenía que despertar a los otros que estaban en la vaina espacial. “Debería regresar a la nave”.
Él le apretó la mano. “Necesito que estés conmigo cuando realice esto, Edén. No te preocupes por los demás. Estarán bien en estasis por un tiempo más”.
Le molestaba que él supiera más que ella acerca del plan de su padre. Pero, su padre no había compartido con ella la información sobre Adán. “¿Por qué mi padre no me contó acerca de ti?”
Adán levantó las cejas. “Por las mismas razones por las que no me permitía acercarme a ti. Quería que te concentraras en tus experimentos, y quería que yo me concentrara en aprender sobre la Tierra y en ayudarlo con la creación de las vainas. Creo que se dio cuenta inmediatamente de que me conecté contigo psíquicamente, y que sería… una distracción para tu trabajo”.
Era tan extraño, sin embargo, que su padre no compartiera todo con ella. “Él sabía lo que ocurriría con la Tierra, ¿verdad?”
Adán asintió. “Sí. Se lo conté porque me di cuenta apenas llegué de que mi ayuda no sería necesaria sino varios años después de la destrucción. No puedes salvar un mundo que está decidido a destruirse, Edén”.
Ella lo sabía. Su padre también lo había sabido, y había sacrificado su propia vida por un mundo nuevo, un mundo que Adán de alguna manera debía crear. Obviamente, su padre había querido que ella se concentrara en los sistemas de propulsión y mantenimiento de los cohetes y no en un extraterrestre que la intrigó desde el primer momento en que lo vio. Si ella hubiera conocido a Adán antes de que la Tierra se destruyera, habría querido dejar todo lo demás y estudiarlo. Entonces todos estarían muertos.
Entender que su padre había tenido razón no hacía las cosas más fáciles. Pero si él había confiado en Adán, entonces ella también lo haría. “Vayamos a ese lugar. Tenemos trabajo que hacer”.
* * * * *
Avanzaron sobre un terreno suave, milla tras milla. Se sentía bien estirar los músculos después de tanto tiempo en estasis. Este cuerpo humano tenía ciertas limitaciones, sobre todo porque llevaba tanto tiempo desplazarse a cualquier sitio a pie. Pero era importante que él permaneciera con esta forma. Tenía que hacerlo para poder cumplir con su función en ese lugar. Además, Edén parecía feliz con la masculinidad de ese cuerpo humano, y complacerla era importante.
Al parecer ella había progresado hasta el punto de que no se preocupaba por su cuerpo desnudo. Después de todo, no era posible que alguien la viera, aparte de él. El resto de las naves no había aterrizado aún, hecho que él y John habían calculado con exactitud cuando las habían mandado al espacio. Necesitaba tiempo para poder comenzar a arreglar las cosas antes de que los otros llegaran. Una vez que todo estuviera completo, las vainas podrían abrirse y ellos comenzarían con sus vidas.
En alguna de esas naves había un hombre que cuidaría de Edén. Un dolor le atravesó el corazón al pensar en otro hombre tocándola, acariciándole la suave piel y hundiéndole la verga en su estrecha concha. El deber nunca antes había sido tan doloroso.
“¿Por qué un punto específico?”, preguntó ella, entrelazando sus dedos con los de él.
“Tiene que ver con la tracción que ejerce la Tierra en un punto determinado, y con mi habilidad para extraer energía de una posición de fuerza”.
“¿Dónde nos encontramos exactamente?”
“De acuerdo con los viejos mapas de la Tierra, en un lugar del hemisferio sur. Tropical, pero con montañas cerca. Necesitarán un buen comienzo en un lugar cálido”.
“¿Por qué?”
“Sé paciente Edén. Te lo explicaré todo cuando sea el momento”.
Continuó avanzando, pero después de unos momentos se dio cuenta de que ella le había soltado la mano. Él se detuvo y dio media vuelta cuando notó que ella estaba parada unas cuantas yardas detrás.
Dios, ella era hermosa. La suave piel de esas caderas parecía rogar que la tocara. Sostenerse sobre ella y embestir profundo dentro de esa concha caliente era una bendición que nunca había experimentado. Adán caminó hacia ella. “¿Qué pasa?”
“No me gusta que me dejen en tinieblas, Adán. No hay razón para que me escamotees información”.
Él luchó contra la sonrisa que le provocaba el hecho de verla tan llena de energía justo en ese momento. Con las mandíbulas tensionadas, y las manos en las caderas, ella golpeteaba el suelo con su pie desnudo. Un fuego dorado ardía en esos ojos. Al verla así la verga se le sacudió.
Ella lo notó, se distrajo lo suficiente como para mirar la creciente erección y luego levantó la vista hacia el rostro de él. “Frena esa erección. Intento estar enojada”.
Esta vez él sí se rió. “Lo siento. No puedo evitarlo. Cuando te enojas, me excito”.
Los pezones se le fruncieron y la piel le brillaba con un delicado rubor. “Bueno, es difícil para mí concentrarme cuando estás moviendo esa… cosa ante mí”.
Cuando Edén sonrió levemente, él avanzó hacia ella y la tomó entre sus brazos. La boca de Adán cubrió la de ella, su lengua se deslizó adentro para disfrutar del sabor del durazno, mezclado con una pasión tan profunda que le dolía.
Él movió las manos sobre el cuerpo de ella como si quisiera memorizar cada pulgada de su piel. El aroma de ella, tan excitantemente femenino, era una fragancia a deseo almizcleño tan fuerte que lo atraía de un modo que sólo podía describir como... primitivo. Las puntas tensas de los pezones rozaron su pecho. Adán ahogó los gritos de ella con su boca, meciendo su vara contra esa suave carne, derramando gotas de líquido seminal sobre la piel de Edén.
Esta vez él no quería saborear cada momento. La necesidad crecía en él y tenía que estar dentro de ella, en ese instante. Se concentró y creó una suave extensión de hierba a los pies de ambos, de tamaño suficiente como para que entraran los dos cuerpos.
“Ponte de rodillas”, dijo él con voz áspera, pero incapaz de contener una lujuria sobrecogedora.
Ella le obedeció inmediatamente y le dirigió una sonrisa descarada antes de ponerse en cuatro patas. Adán se dejó caer de rodillas, conteniendo el aliento ante la erótica visión de ese trasero. Las gotas brillantes de humedad que se veían sobre los labios de la concha lo invitaban a deslizarse entre los pliegues hinchados. El orificio fruncido del ano lo tentaba, los suaves globos de ese trasero llamaban a sus manos.
Él se acomodó entre las piernas de ella, separándolas con un leve movimiento de las rodillas. La lujuria lo sobrecogió de un modo inesperado, haciéndole querer poseerla entera, de todas las maneras posibles.
“Edén”.
“Sí”.
“Quiero cogerte por el culo”.
Edén se quedó quieta, inundada por el calor. Ella cerró los ojos e imaginó cómo se sentiría tener la gruesa verga de Adán enterrada en su culo. La imagen era tan perversamente excitante que la concha se le contrajo y derramó jugos.
Adán se meció contra ella, su verga golpeaba contra el clítoris y sus dedos se hundían en la carne de las caderas de Edén. Ella hizo un esfuerzo por respirar, excitada hasta el punto de no poder hablar. El repentino deseo de Adán por ella, el pedido de cogerla por el culo… era demasiado. ¿Se podía morir por sentirse tan excitada?
“Dime si no es lo que quieres. Pero tengo que cogerte ahora. No puedo esperar”.
La excitación en la voz de él triplicó el deseo en ella. Deseaba, necesitaba que él la poseyera de todas las maneras posibles. “Cógeme por el culo, Adán”.
Ella le oyó soltar el aliento, y sintió cómo él buscaba entre sus piernas con la verga. Ella se tensó, esperando que se la metiera por el culo, pero en cambio él se deslizó gentilmente dentro de la concha, enterrando cada gloriosa pulgada de esa gruesa vara dentro de ella. Las bolas golpeaban suavemente contra el clítoris mientras él entraba y salía, provocándola. Los labios de la concha se aferraban y se negaban a soltar esa magnífica verga que enviaba chispas de placer intenso hacia el útero de Edén cuando él se retiró.
“Dios, estás mojada”, susurró él, pasando la mano reverentemente sobre sus nalgas. Cuando esos dedos se introdujeron en la abertura de su culo y provocaron al fruncido orificio, ella jadeó y se dejó caer sobre los codos para permitirle un acceso más cómodo. Ramalazos de fuego danzaron a lo largo de sus sensibles terminaciones nerviosas mientras él la acariciaba, empapando el orificio con los jugos de ella.
“Apúrate Adán”, gimoteó ella, desesperada en su necesidad de sentirlo llenándola.
Con un gruñido bajo él probó la estrecha entrada con la cabeza de la verga. Al estar bien lubricado, pasó la barrera con facilidad y se deslizó hasta la mitad dentro del ano. La conmoción del dolor mezclado con un embriagador placer la aturdió, y se puso tensa.
Adán se detuvo, y su paciencia relajó a Edén. Después de unos segundos, ella se acostumbró a tener algo enorme enterrado en el culo. No tenía idea de que podía estimularse tanto sexualmente al tener algo en el ano. El hecho de saber que era la verga de Adán lo hacía aún más excitante.
Adán se retiró y volvió a entrar en ella. Con cada embestida ella apretaba los dientes ante exquisitas e insoportables sensaciones. Edén se estiró y empezó a masajear su pulsante clítoris: el estímulo la llevaba cada vez más cerca del orgasmo.
“Tan estrecho, un culo tan hermoso”, murmuró él. Entonces le aferró las caderas y la empujó hacia él. Ella gritó y masajeó más fuerte sobre el clítoris, acompasando sus movimientos con cada una de las embestidas.
¿Cómo podía algo sentirse tan bien y doler al mismo tiempo? Un calor ardiente se intensificó en su entrepierna hasta que ella comenzó a oscilar sobre el límite.
“¡Ahora, Adán, apúrate!”, gritó ella, sintiendo cómo su concha se tensaba. Cuando él retrocedió y enterró la verga más profundamente, ella acabó, un grito escapó de sus labios mientras estallaba en un orgasmo agotador.
Adán gruñó y hundió los dedos en esas nalgas, moviendo la verga fuerte y rápidamente en tanto que disparaba un chorro de semen en las profundidades del culo. Entonces se estremeció y colapsó sobre la espalda de ella, presionándole los labios contra la nuca. El corazón le latía fuertemente contra la piel de Edén, igualando sus propios latidos enloquecidos.
Se paró y la ayudó a ponerse de pie. Los ojos de Edén se abrieron por el asombro al ver un pequeño lago frente a ellos. ¿De dónde había salido eso? Sin duda, otra de las creaciones instantáneas de Adán. Él la guió hacia el agua donde se bañaron y jugaron. El refrescante líquido liberó a Edén del calor que abrazaba su cuerpo.
Ella cerró las piernas alrededor de él y lo besó, dejando salir la pasión que ya no podía controlar.
Eran las únicas dos personas sobre la Tierra, y ella sentía que el destino la rodeaba mientras la inmensidad de la realidad la golpeaba. Edén estaba perdidamente enamorada de Adán.
Capítulo cuatro
Adán hizo una pausa, sentía el calor hirviente bajo sus pies. Demasiado sutil para que un humano lo notara, pero él lo supo con exactitud cuando llegaron a la ubicación correcta.
“Nos detendremos aquí”.
Habían caminado durante el día y parte de la noche. Afortunadamente, el día había estado nublado, y los había protegido del brillante sol. Él no había querido gastar demasiada energía creando árboles para darles sombra a lo largo del camino.
“¿Por qué aquí?”
“Está sobre el Ecuador, y es el punto exacto en donde debemos crear el nuevo mundo”.
“Bien, estoy un poco confundida sobre eso de 'crear el nuevo mundo'”.
La abrupta transición de pura mujer a científica lo divirtió. Qué rápido podía cambiar de roles. Era una de las cosas que él más amaba en ella. Semejante belleza e increíble intelecto envueltos en un paquete lujurioso y deseable.
Lo mataría tener que dejarla.
“Siéntate aquí conmigo y déjame que te explique”. La llevó hacia el suelo y se sentaron enfrentados. “Necesito energía, pero en mucha cantidad. Concentraré la energía interior y usaré mi conocimiento de tu mundo para recrearlo”.
Los ojos de ella se abrieron ante la sorpresa. “Recrearlo… ¿cómo? ¿De qué manera? ¿Una era determinada?”
Él le dijo que no con la cabeza. “No, una era no. La Tierra estará tan limpia e impoluta como cuando era nueva. En cuanto al ‘cómo’, te dije que tengo la habilidad de crear cosas”.
“Bueno, volveremos a ese tema enseguida. ¿Qué hay acerca de la tecnología?”
“Todo lo que tú y los demás poseen intelectualmente, será preservado. Pero no habrá computadoras ni laboratorios, nada como lo que tenían antes”.
Ella dejó escapar el aliento. “¿Por qué?”
“Porque la tecnología fue lo que metió a tu mundo en problemas. ¿Realmente deseas lo que tenían antes? ¿Autos y fábricas para contaminar, la habilidad y los medios a mano para crear armas de destrucción?”
Ella no respondió. “Ésta es su oportunidad de comenzar con la vida nuevamente, de enseñarles a sus hijos y a las generaciones venideras sobre lo correcto y lo incorrecto. Construir desde cero, dejando de lado los errores del pasado y concentrándose en un mundo creado del modo que sabes que debe ser. El modo correcto”.
“Pero Adán, los avances médicos, en otras áreas de la ciencia…”
“Quedarán aquí”, le explicó él, colocando un dedo sobre la sien de ella. “Tienes el conocimiento, tanto tú como los demás, para hacer grandes cosas. Sabes que la mayoría de las curas para las enfermedades se encuentran en la vida vegetal. La tendrán en abundancia. Animales también”.
“Y deberemos cazar para obtener nuestra comida”.
Él asintió con la cabeza. “Sí”.
Ella se quedó en silencio, y él le permitió que pensara. Después de todo, acababa de darle noticias bastante devastadoras. Aunque John sabía del plan de Adán, él había jurado no contárselo a Edén ni a nadie más. John estaba de acuerdo en que habían exagerado con la tecnología, habían creado problemas ecológicos y sociales masivos sin tener una buena idea de cómo arreglarlos. Ahora, no tendrían que preocuparse por eso.
“¿Sabía mi padre sobre esto?”, preguntó finalmente ella.
“Sí. Y él estuvo de acuerdo”.
Edén suspiró. “Supongo que debemos estar agradecidos de tener por lo menos esto. Después de todo, si no fuera por ti, no tendríamos nada. Gracias, Adán. Lo siento si soné desagradecida. Es sólo que tengo mucho por comprender”.
“Lo sé. Por eso no te lo dije antes. Quería tiempo para estar contigo, conocerte, amarte, antes de darte las noticias y arriesgarme a que me odiaras”.
Los ojos de Edén chispearon con una miríada de colores y se humedecieron mientras ella negaba con la cabeza. “Oh, no. Nunca podría odiarte. Te amo, Adán”.
El corazón de él se inflamó y se desarmó con las palabras de ella.
“¿Qué hacemos ahora? ¿Debo hacerme a un lado?”
“No. Eres parte imprescindible de todo esto. Por eso es que te necesito conmigo. Tengo que hacer el amor mientras repongo fuerzas, Edén. Necesito de tu ayuda para realizar este trabajo”.
Edén se quedó quieta: se había dado cuenta de por qué le había pedido que lo acompañara. Como científica le resultaba difícil creer que un solo hombre pudiera recuperar la antigua belleza de la Tierra, especialmente a través de la energía psíquica. Pero lo que ella había visto era que Adán podía hacer cosas que ningún humano era capaz de realizar.
“Dime qué debo hacer”.
Él se recostó sobre la hierba y le tendió los brazos. “Móntame, Edén”.
El útero se le aceleró y el sexo despertó ante su orden. Ansiosa de hacer el amor con él nuevamente, ella lo montó a horcajadas, le agarró la verga ya erguida y la acarició en toda su longitud. Los ojos de Adán se oscurecieron como un cielo tormentoso. Gotas del sedoso líquido se derramaron desde la punta de la verga y ella quiso limpiarlas con la lengua. Pero algo le indicaba que había cierta urgencia allí.
La urgencia estaba bien porque ella estaba lista para él. Edén se levantó y colocó la cabeza de la verga entre los labios pulsantes de su abertura, se deslizó hacia abajo, sintiendo como él ensanchaba sus paredes y la llenaba completamente.
“Ahh, Edén, somos el uno para el otro”. Adán la tomó de las caderas y comenzó a subirla y bajarla por la verga. Chispazos intensos recorrían el cuerpo de ella mientras se balanceaba contra él.
El suelo retumbó y las nubes se tornaron de un gris oscuro y amenazante. El viento cobró fuerza, arremolinándose alrededor de ellos, el oscuro suelo de la Tierra se movió como si una pala invisible lo atacara.
“No importa lo que veas o sientas, no rompas contacto conmigo”, dijo él, con voz rápida, urgente y casi sin aliento. “Yo te protegeré”.
Ella creía en él y concentró su energía en unirse a él en lugar de fijarse en el caos que la rodeaba. La energía de él ardía. La sentía en cada célula de su cuerpo, como un golpe eléctrico en su sistema. Salvo que esta clase de golpe era placentero en lugar de ser doloroso. Tan placentero que le temblaba el cuerpo. Ella oía los gemidos que le salían de la garganta, pero no tenía fuerzas para detener la reacción en cadena que las pulsaciones psíquicas de él provocaban a su alrededor.
Las sensaciones eran tan intensas que quería separarse: temía perder la cordura. Parecía como si se hubiera separado de su cuerpo y la sacudieran los relámpagos. Pero ella se mantuvo, inclinándose para entrelazar sus manos con las de Adán.
Los ojos de Adán estaban cerrados, el cabello flotaba en el aire que se arremolinaba como un torbellino alrededor de ellos. Ya no podía ver a su alrededor porque su visión se veía distorsionada por un tornado blanco que los rodeaba.
Sólo podía ver a Adán, la unión de sus manos, sus muslos y la verga embistiéndola salvajemente. Un alarido se escapó de los labios de Edén cuando acabó y le inundó la verga. Ella sintió cómo su cuerpo se elevaba del suelo y comenzaba a flotar, girando con el mismo salvajismo del viento que los rodeaba. Adán le apretó los dedos y la forzó a volver su atención hacia él.
Extrañamente, ella no sentía miedo. Sólo sentía una euforia ingrávida mientras continuaba acabando, asiendo su verga con latidos fuertes y rápidos. Adán se estrechó contra ella y gritó con voz profunda y oscura, exclamando palabras y frases ininteligibles mientras acababa fuertemente dentro de ella. La concha de Edén estaba empapada mientras él continuaba derramando su semilla, hasta que ella colapsó sobre el pecho de él y cerró los ojos, incapaz de soportar los estímulos que la envolvían.
Los músculos de Adán se relajaron y el viento se detuvo. Ella sintió cómo regresaban flotando al suelo. Pero se mantuvo aferrada a él, temerosa de lo que podría ver.
Cuando abrió los ojos, el corazón le golpeó contra las costillas mientras observaba el paisaje. El pequeño oasis que había creado antes para ella no era nada comparado con la imagen que encontró en ese momento.
Playas de arena blanca, agua turquesa, palmeras con frondas que se agitaban suavemente en la ligera brisa, arbustos con frutos, árboles frutales tropicales… ¡en todas partes! Tan lejos como le llegaba la vista.
Más allá, podía ver montañas y colinas con laderas de un verde esmeralda.
Sus oídos se volvieron atentos y al mirar al cielo vio pájaros volando, piando alegres. Antes de que sus ojos pudieran observarlo todo, ella oyó chapoteos y giró la vista hacia el océano.
¡Había delfines y ballenas jugueteando a la vista!
Las lágrimas inundaron sus ojos y se derramaron por sus mejillas. Miró a Adán asombrada al darse cuenta de que él había creado ese increíble paisaje. “Oh Dios mío, es hermoso”.
Adán le regaló una media sonrisa, luego se movió y la ayudó a levantarse, tomándole la mano y acercándola a su cuerpo. “Todo lo que necesitas está aquí”.
Ella suspiró, admirada por la belleza prístina de esa Tierra impoluta. “Es sobrecogedor”.
Juntos compartirían una vida de felicidad. Con el conocimiento de Adán, podrían reconstruir la Tierra del modo que debía ser. El corazón de ella se inflamó hasta explotar de alegría.
“Ahora debo irme, Edén”.
“¿Qué?” Sus miradas se encontraron y a ella se le rompió el corazón. “No comprendo”.
“Nunca se planeó que yo permaneciera aquí. Mi deber para con la Tierra finalizó y debo regresar a mi hogar”.
Ella no podía creerlo. “Pensé que te quedarías”.
Él le acarició el cabello; los ojos de Adán reflejaban la tristeza que ella sentía en su alma. “Sé que lo creías. Lamento no habértelo dicho antes, pero no podía”.
No podía ser cierto. ¡Ella estaba enamorada de Adán! Él no podía dejarla ahora. “¿Cuándo?”
“Ahora”.
Una luz cegadora apareció flotando encima de ellos y dirigió un haz de luz sobre el océano.
“¡No!” Era alguna clase de sueño, no era verdad. Adán no la dejaría. No ahora.
Pero las palabras de él quebraron la fantasía que ella había creado. “Cuando desaparezca, serás transportada de regreso al lugar del aterrizaje. Despertarás a los otros. El resto de las naves aterrizará en un día o dos, todas en lugares diferentes de la Tierra. Se les dará un programa visual que les explica todo lo que te he dicho”.
Edén sentía como si algo le oprimiera el pecho. No podía respirar. “Te amo, Adán”.
Los ojos de él se cerraron con fuerza durante un segundo, luego se abrieron. “Yo también te amo, Edén. Y hay algo más que necesito decirte”.
¿Cuánto peor podrían ser las cosas? El abandono de él la devastaba. El destino no podía ser tan cruel, darle un hombre a quién amar para luego arrancarlo de su lado. No preguntaría. No quería saber.
“Estás embarazada, Edén. Él será el líder de la Tierra”.
¿Embarazada? Pero, ¿cómo podía saber eso? “¿Qué? ¿Cómo es que… estás seguro?”
La sonrisa de él le rompió el corazón. “Sí, amor. Completamente seguro. Él poseerá el conocimiento y los talentos de mi especie. Y sus descendientes gobernarán después de él. Cuidará bien de la Tierra”.
“Esto no es justo”. Las lágrimas no cesaban, y a ella no le importaba. Quería que él viera su dolor.
“Ya sé que no es justo. Pero te amaré hasta que ya no exista, Edén. La distancia no separará mi corazón del tuyo”.
Algo sucedía. La luz en lo alto cambió de posición y se derramó sobre él como una lluvia blanquecina. Adán comenzó a desintegrarse, y ella casi podía ver a través de él. “¡No, Adán, todavía no!”
Ella estiró la mano hacia él, pero atravesó el cuerpo como si fuera un fantasma.
“Te amo, Edén. Siempre te amaré”.
Se había ido.
Ella pestañeó para quitarse las lágrimas y de pronto se encontró en el lugar de la vaina espacial.
Sola.
Oh, Dios, ¿cómo podía haber ocurrido todo tan rápido? En un momento Adán estaba entre sus brazos y al siguiente se había ido.
Para siempre.
Edén se acarició el vientre.
Un bebé de Adán. ¿Podía ser verdad?
Dios, ¿cómo podría tener un bebé aquí sin medicamentos, sin hospitales? ¿Qué hacía si algo salía mal?
Pero mientras lo pensaba, supo que nada saldría mal, que de alguna manera Adán se había ocupado de ella y del niño.
Entonces el dolor se apoderó de ella como si fuera un manto oscuro que la cegaba a la vida de su alrededor. Se sintió viuda. Acababa de perder al amor de su vida, a la mitad de su alma, y no se recuperaría nunca.
Con un profundo suspiro, se dejó caer de rodillas y permitió que las lágrimas mojaran la arena recién creada.
* * * * *
Tres meses después
Adán miró la pantalla flotante, deseando poder estirarse y tocar a Edén. Ella trabajaba incansablemente junto a los otros, pescando, elaborando ropas y probando plantas por su valor medicinal.
Su vientre apenas redondeado se marcaba claramente contra la piel de animal que usaba. Él no podía evitar sentir el mayor de los placeres al saber que su hijo estaba dentro de ella.
Un niño humano. Un hijo. Pero también una parte suya.
Lo que lo preocupaba era el dolor en el rostro de Edén.
Ella ya no sonreía más. No pasaba de interactuar con los otros en el trabajo, no socializaba. Algunos de los hombres hacían insinuaciones delicadas, pero ella nunca les mostraba interés.
Comía bien para asegurarse de que el niño que llevaba estuviera bien alimentado. Pero Adán sabía que la Edén que él amaba ya no existía dentro de ese cuerpo.
“¿Preocupado?”
Adán sintió la presencia de Ignon. “Sí”.
“¿Tu humana?”
Su mujer. Su amor. “Ella no es feliz”.
“Ha pasado el tiempo desde que te fuiste Adán. Seguramente ha elegido a otra pareja para que la cuide”.
Pensar en otro hombre tocándola le hizo sentir un enojo extraño en él. Ignon lo sintió también. Pero Adán no pensaba esconder sus sentimientos.
“La amo, Ignon. La abandoné cuando más me necesitaba”.
“Es la manera en que actúa nuestra especie. No se requiere más de ti allí”.
Pero parte de él había quedado en la Tierra con Edén. Se debatía entre el deber y una necesidad egoísta.
“La interferencia no está permitida, Adán”.
Siempre podía contar con que Ignon le leyera la mente. “Ya he interferido. ¿No lo ves acaso? Esto no fue como creímos que sería. Ella está en mi corazón y yo en el de ella”.
“Quieres regresar”.
“Tengo que regresar. Pertenezco a ese lugar. Mi mujer está allí. Y también mi hijo”.
Ignon suspiró. “Tienes razón. A todos nos preocupa el bebé. Es imperioso que sobreviva. El único modo de asegurarnos que así sea, es que la madre esté feliz”.
Adán dio vuelta y observó al gobernante de las estrellas. “¿Estás diciendo que puedo regresar?”
Ignon sonrió y asintió. “Siento lo que está en tu corazón, Adán, así como en el de ella. El amor que siente el uno por el otro es puro, y es exactamente lo que el planeta necesita. Ve con ella. Que las estrellas guíen tu camino”.
* * * * *
Edén se tragó un sollozo, guardándose las lágrimas que estaba demasiado cansada de derramar. El bebé se movió; sin duda sentía las emociones que ella trataba de controlar pero no podía.
Extrañaba a Adán. El dolor no se iba nunca. En cambio, crecía hasta volverse insoportable.
Se paró a la orilla del agua y miró el claro cielo nocturno, tratando de recordar en qué sistema estelar se encontraba el planeta de él.
“No puedo recordar, Adán. De alguna manera, si pudiera señalar cuál es, me sentiría más cercana a ti”.
Tenían que ser las hormonas del embarazo. Esta depresión melancólica no se iba, sin importar cuánto lo intentara. Sabía que tenía que ser optimista por el bien del bebé. Comía bien y Dios sabía que hacía mucho ejercicio. Todos habían trabajado sin cesar durante los últimos meses para construir refugios mientras aprendían a recolectar y cazar para comer.
Cuando Adán había mencionado por primera vez que ellos no tendrían la tecnología a la cual estaban acostumbrados, ella se había sorprendido. Pero ahora se daba cuenta del placer que le daba trabajar la tierra y generar cosas a partir de la nada.
Esa parte era emocionante.
Pero por las noches, cuando se arrastraba hasta su cabaña sola, se acurrucaba y abrazaba su propio cuerpo. Se sentía tan sola que temía morir de angustia.
De alguna manera, mirar hacia las estrellas la ayudaba.
“Te amo, Adán”.
“Yo también te amo, Edén”.
Ella sacudió la cabeza, tratando de eliminar esa voz que venía del recuerdo. Algunas veces él se sentía tan real, tan cerca, que podía jurar que estaba con ella.
“Edén”.
No, eso no era su imaginación. Edén dio media vuelta, sus ojos se agrandaron al ver un… espejismo. ¡Estaba enloqueciendo! “¿Adán?”
“Sí. Estoy realmente aquí”.
Se alzaba orgulloso y desnudo ante ella, con su cuerpo tan magnífico y asombroso como la primera vez que lo había visto. Ella dio un paso vacilante hacia delante, luego dos, estirando la mano para ver si realmente podía…
¡…tocarlo! “¡Ay, Dios! ¡Eres real!”
Él la tomó en sus brazos y le cubrió los labios con los suyos. Edén sintió una explosión de emociones que no pudo contener y volcó sus sentimientos, su amor por él, en ese beso.
Cuando finalmente se separaron, ella le acarició el rostro. “No puedo creer que realmente estés aquí. ¿Cómo es posible?”
“No puedo existir sin ti. Aunque va contra los principios de mi especie, se me permitió regresar”.
Ella temía creer. “¿Para siempre?”
Adán asintió y sonrió. “Sí, para siempre. Pasaremos el resto de nuestras vidas juntos. Soy humano ahora, así que no esperes todos esos trucos especiales. Nuestro hijo tendrá más poderes que yo”.
A ella no le importaba si volvía como un anciano. Amaba su alma, el hombre que había dentro. “Una parte mía murió cuando te fuiste”.
“Fue tu amor lo que me permitió regresar”.
Él le sostuvo las manos, besándolas, llenando a Edén con un amor que no tenía nada que ver con energía psíquica y sí con dos corazones que se habían encontrado el uno al otro.
“Para siempre”, repitió ella, como si no pudiera creerlo totalmente.
”Para siempre”.
Él la guió hacia la hierba y se dejó caer al suelo, protegiendo el cuerpo de ella al sostenerlo sobre el de él. La acercó, le quitó el cabello del rostro y le sostuvo las mejillas con las palmas de las manos.
“Si no te cojo ahora mismo, entonces yo seré el que muera”, dijo Adán, dejando caer una lluvia de besos sobre su cuello y sus pechos.
Cuando él tomó un pezón ardiente en su boca y lo chupó, ella gritó y tironeó de su cabello. “Entonces cógeme, Adán. Te necesito en mi interior”.
Él la miró con ojos de acero. Separándole las piernas con las rodillas, probó su entrada resbaladiza y le enterró la verga.
El asombro la golpeó mientras sentía la urgencia inminente del orgasmo. Ella latió una vez, dos veces y luego acabó, gritando en la noche, olvidada de quién podía oírla.
“Edén”, murmuró Adán, tomando su boca, zambullendo su lengua dentro, imitando las embestidas duras y rápidas de su verga mientras la llevaba una vez más hasta el límite. Entonces él acabó con ella, fuertes chorros de semen caliente se derramaron en su interior. Adán rodó y la abrazó fuertemente, acariciando su cabello húmedo de sudor mientras miraban las estrellas.
Ella había pasado de la desdicha al regocijo en tan poco tiempo que era sobrecogedor. “Renunciaste a mucho para regresar”.
“En realidad no”. Él le dio un beso en la sien. “El único poder que me interesa es el del amor que siento que me tienes cuando me miras”.
El bebé pateó y los ojos de Adán se agrandaron. Colocó su enorme mano sobre el abdomen de ella y sonrió. “Mi bebé”.
“Tu hijo”.
“Nuestro futuro”, dijo él presionando sus labios contra los de Edén.
Una nueva Tierra y un nuevo comienzo. Un mundo que empezaría y terminaría con amor.
jueves, 31 de julio de 2008
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