miércoles, 27 de febrero de 2019

Pasaje de Macalister Katie - Trilogia Noble 01 - Nobles Intenciones

Este es un pasaje del libro Macalister Katie - Trilogia Noble 01 - Nobles Intenciones con el que mas me reido nunca, no tiene desperdicio:

El carruaje se estremeció al detenerse. Varios lacayos se apearon del vehículo y lo rodearon como si lo estuvieran protegiendo. El carruaje se balanceó de un lado a otro, y una pelirroja se asomó por la ventana.
—Creo que llegamos en un momento muy oportuno, lord Carlisle. ¿Me podría dedicar un poco de su tiempo?
Carlisle parpadeó con incredulidad. ¿Ella se había escapado de las garras de Wessex? Una agradable sensación de satisfacción, complementada con un poco de curiosidad por su petición, le hizo reconsiderar sus planes matinales.
—Mi tiempo es suyo, señora —replicó cortesmente, haciendo una venia que Gillian no pudo ver, pues había metido la cabeza al carruaje.
Uno de los lacayos intentó abrir la portezuela y dijo a los ocupantes que quitaran el seguro. El carruaje se sacudió intensamente, y Carlisle se sorprendió al escuchar gritos y hasta profanaciones. ¿Quién diablos venía ahí dentro? ¿Un toro? ¿Un elefante o acaso varíos? El lacayo repitió su petición, pero sus palabras fueron sofocadas por el gran bullicio que provenía del interior. La curiosidad le hizo acercarse.
—¿Podrías mover tu pierna, prima?
—Lo estoy intentando, querida, pero estás sentada sobre mi vestido y no puedo moverme. ¡Ay!
—Perdona el codazo, pero no lo he hecho a propósito.
—Nick, cariño, pasa por encima... ¡Aayy! ¡Charlotte!.. ¿Por qué no pasas por encima de Erp y sales por la ventana ? Creo que... ¡ Charlotte!, si me vuelves a dar un codazo, juro que...
—¡Maldita sea!
—¡Charlotte!
—Creo que tú también jurarías si te acabaras de romper el encaje de la manga de tu vestido.
—Nick, te has sentado en mi mano..., ah, gracias. Intenta salir por la ventana. ¡Dickon! ¡Deja de gritarnos! Estamos intentando salir pero la puerta parece estar atascada. ¡Demonios!
—¡Gillian!
—No me digas Gillian en ese tono, tú has sido la primera en proferir palabrotas. Prima, ¿tendrías la amabilidad de retirar el codo de mis ríñones?
—Ven, Nick, déjame empujarte a ver si logras salir por la ventana.
—Charlotte, como hagas daño a mi hijo...      :
—No puedo... ¡Cielos! ¡Mi cabello! ■y—';;    —Lo siento. Se me resbaló la mano.
—No voy a lastimarlo, pero lo empujaré, ya que tú pareces incapaz de hacerlo.
—¡Ay! Oye, ¿qué te pasa?
—Se me resbaló la mano.
—Ja!
La mitad del cuerpo del chico apareció por la ventana del carruaje. Lord Carlisle, que observaba con la misma fascinación que se apodera de quienes presencian ejecuciones, accidentes y otros espectáculos macabros, parecía hipnotizado. ¿Cuántas personas había en el carruaje? ¿Qué era un Erp? ¿El chico estaba vivo, o lo habían sacado por otras razones? Era difícil saber si estaba moviendo los brazos por sus propios medios o si era porque el lacayo lo sacudía para intentar sacarlo.
—Nick. Te agradecería que hicieras un esfuerzo para salir del todo. No puedo esquivar tus piernas.
—¡Ay!
—¿Ves? Acabas de darle un puntapié a Charlotte en la barbilla.
—¡Ese granuja lo ha hecho a propósito! Agáchate; que le voy a dar un empujón a ese mocoso.
—Charlotte, si le pones un dedo encima... ¡Oh, Dios mío!
El carruaje dejó de estremecerse. Carlisle se asomó y un escalofrío le recorrió la espalda al oír la voz aterrorizada de lady Wessex. ¿Qué le habría sucedido? ¿Habría enfermado repentinamente? ¿Había fallecido el chico? ¿Le había pasado algo a la dama llamada Charlotte, la que tenía el encaje desprendido? Sólo una calamidad de la peor especie podía ser responsable por el tono de terror que tenía la voz de lady Wessex,
—¿Dickon? ¿Crouch? ¿No hay nadie que abra esta maldita puerta? ¡Piddle va a vomitar!
A lord Carlisle se le pusieron los pelos de punta al oír el grito desgarrador que profirió lady Wessex, pero finalmente, fue ella la responsable de solucionar la situación. Después de golpear varias veces la carrocería —lord Carlisle creyó que lady Charlotte estaba pateando la puerta— ésta se abrió y la rápida reacción de Dickon impidió que el chico se diera contra uno de los costados del carruaje. Poco después lo sacaron por la ventana, y dos perros salieron echando saliva, seguidos por lady Wessex y una mujer que tenía el vestido completamente arrugado.
—Lord Carlisle. —Gillian inclinó la cabeza en señal de cortesía y procuró ignorar a Piddle, que se había tumbado en el pavimento—. Es un placer verlo de nuevo. ¿Conoce a mi prima, lady Charlotte Collins?
—Lord Carlisle —le dijo cortésmente Charlotte—. Le pido que disculpe mi aspecto. No salgo muy a menudo, pues mi madre tiene una actitud muy protectora debido a mi delicada sensibilidad y a mi carácter tímido, pero mi querida prima me pidió tan encarecidamente que la acompañara que fui incapaz de negarme a su petición.
—Creo que su modestia y retraimiento son evidentes —dijo Gillian, incapaz de contener una sonrisa por la expresión inocente y pudorosa de su prima. Charlotte le había dicho que esa combinación de expresiones le había valido tres propuestas de matrimonio.
—Eh..., por supuesto. Es sumamente modesta y pudorosa. Creo que podemos continuar esta fascinante conversación dentro. ¿Sus perros han... terminado ya? Quizá Crotch podría llevarlos al establo.
—¿Perdone?— Gillian creyó no haber escuchado bien al conde.
—¡Crotch! —dijo el conde, agitando los brazos para espantar a los perros que se le habían acercado para examinar el género de esa nueva persona.
Charlotte dejó escapar un jadeo lleno de inocencia y pudor, y se abanicó la cara como lo haría la más casta y retraída de las damas.
El rostro de Gillian enrojeció. ¡Diablos! ¿Acaso nunca podría estar con sus perros?
—Ah, sí, claro..., crotch. Estoy avergonzada, lord Carlisle. Mis perros siempre hacen eso. ¡Piddle! ¡Erp! ¡Comportaos! Espero que no le hayan lastimado. Les gusta oler a las personas y, por más que lo intente, no puedo quitarles el vicio de husmear... en.
El conde la miró con los ojos entrecerrados.
—¿De qué demonios está hablando?
Charlotte le apretó el brazo y le susurró que no siguiera hablando, pero Gillian desoyó su advertencia.
—De su crotch, de su entrepierna, claro está.
—¿Mi qué? —El conde levantó la voz cuando Erp decidió examinarlo de nuevo—. ¡Basta ya!
—¡Eres un malcriado, Erp! Nick, sujétalo. Le pido disculpas de nuevo, lord Carlisle —dijo Gillian, agarrando a Piddle del collar—. Ya que hemos terminado con el asunto de su entrepierna, ¿podemos entrar?
El conde la observó un momento, luego cerró los ojos y negó con la cabeza. Cuando los abrió de nuevo, Gillian seguía allí, sonriéndole de una manera encantadora, adorable y completamente engañosa. Carlisle sintió lástima del mataesposas de Wessex, y concluyó que esta vez el Conde Negro había recibido su merecido.

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